Este es el nombre con que se conoce a la zona fronteriza que separa los reinos cristianos y musulmanes. En el 1033, el 70% del territorio peninsular pertenece a los árabes, que aquí representan una cierta modernidad: matemáticas, astronomía, arquitectura…
Las tierras cristianas, por contra, viven sumidas en la barbarie y la guerra. El norte en general y la Marca en particular es tierra de nadie: extensas zonas de naturaleza salvaje y sin ley, atestadas de desesperados y criminales.
«Resultaba imposible viajar de noche —la oscuridad era total—, y aun durante el día se desaconsejaban los viajes: el mundo estaba tomado por bandidos»
En esta peligrosa zona es en donde Micaela habrá de comenzar su aventura. Un viaje que parte de las ruinas ocultas en el bosque donde ha vivido recluida con su padre, para atravesar las Tierras Muertas, atenazadas por la hambruna, los misteriosos y olvidados restos de la civilización visigoda, las temibles montañas tomadas por los infrahumanos hombres del Rey Raspa o los caóticos territorios de batalla.
«La noche no estaba hecha para la humanidad. Hombres, mujeres y niños corrían a esconderse en cualquier refugio en cuanto comenzaba a irse la luz, no había nada que pudieran hacer en las horas negras: a la oscuridad no se le podía sacar provecho. Los buenos cristianos cerraban las puertas con llave y se echaban a dormir, a esperar que volviera el día. Solo los malvados obtenían beneficio de la negrura; solo los monstruos»